lunes, 30 de noviembre de 2009

UNA JORNADA GLORIOSA EN BODEGAS GUTIERREZ DE LA VEGA




El pasado miércoles 25 de noviembre, miembros de ASPA y del Club Los Cinco Sentidos, acompañados por amigos sumilleres y expertos en el mundo de la enología, tuvimos el privilegio de ser recibidos por la familia Gutiérrez de la Vega en su bodega de Parcent (Alicante). La visita comenzó a las once de la mañana y se prolongó durante nada menos que cuatro horas, en las que pudimos disfrutar en exclusiva de la amabilidad y la hospitalidad de esta familia que, sin duda tiene bien merecido el honor de haber grabado el nombre de sus vinos con letras de oro en el elenco de los mejores caldos del panorama nacional.

Con Violeta, hija del matrimonio y enóloga formada en Burdeos, pudimos recorrer las instalaciones de la bodega, alargándonos en diversas conversaciones y consultas, e intercambiando opiniones respecto a las distintas elaboraciones y procesos, materias en las que demostró su altísimo nivel profesional así como algo endémico en su familia: El cariño y la pasión por sus vinos.

Tuvimos la suerte de contar con la presencia de Dª Pilar, esposa de D. Felipe, la cual nos demostró su amor por las tradiciones y su empeño en mantener viva la historia de su tierra , además de un gran afán por preservar las elaboraciones artesanales de los diversos productos de nuestra gastronomía, como medio para perpetuar una cultura y unos conocimientos ancestrales que se han transmitido de padres a hijos durante generaciones. Coincidimos con ella en la incertidumbre que sufre la cultura intrínseca del medio rural, por la falta de motivación y el desarraigo que se observa en las últimas generaciones. Ojalá estemos equivocados y gracias a personas como ella se “redescubran” las bondades y beneficios de nuestra cultura tradicional.
También pudimos disfrutar de la experiencia de Dª. Pilar a la hora de evocar sus recuerdos de la niñez, donde tuvo la ocasión de saborear los últimos fondillones de la comarca costera de L’Alacantí, ofreciendo unos valiosísimos datos sobre los últimos elaboradores y embotelladores de aquel preciado líquido. Esta experiencia le otorga una gran autoridad a la hora de discernir que es y que no es un fondillón tradicional de la costa alicantina.

Por si esto fuera poco, tuvimos el privilegio de contar con la presencia de D. Felipe, al que nunca estaremos lo suficientemente agradecidos por el hecho de que, pese al catarro que lo mantenía en cama desde hacía unos días, hizo el esfuerzo de recibirnos y deleitarnos con una lección magistral sobre la historia y la tipología de los fondillones tradicionales de costa, mostrándonos una imponente bibliografía antigua en la que basó todos sus planteamientos, huyendo, a diferencia de muchos, de ofrecer una simple opinión personal. En sus planteamientos brilló en todo momento un exquisito respeto hacia los que difieren con él en lo que debería ser el fondillón histórico. Todos los presentes quedamos impresionados tanto por su sabiduría como por la grandeza del perfil humano de D. Felipe.

Como colofón nos ofrecieron una cata comentada de sus afamados vinos, tanto elaborados como en rama, con la que pudimos comparar y descubrir la evolución y la maestría demostrada en el proceso que siguen éstos hasta llegar a nuestra copa. Durante la cata fuimos agasajados por Dª. Pilar con una suculenta picaeta compuesta por productos elaborados en la casa, tales como pan casero, aceites, embutidos, y un largo etcétera, todo elaborado con sus propias manos. ¿Se puede pedir más?. Si. Fuimos obsequiados con unos vinos que nos acompañaron maravillosamente durante la comida que celebramos en el restaurante Caramull de Pego, local en que amablemente nos reservó mesa D. Felipe y donde pudimos disfrutar de una gastronomía que mezcla originalmente los productos tradicionales de la zona con una elaboración y una presentación totalmente vanguardista, que aún brilló más al ser regada con los mejores caldos de la familia Gutiérrez de la Vega.

Fue una jornada que los presentes recordaremos con mucho cariño, intentando que algo de lo que esta familia nos trasmitió quede en nosotros para poder comunicar a los demás el amor por el vino y las tradiciones de nuestra tierra que descubrimos en esta bodega.













                       Cuaderno de Cata



La cata comenzó con un blanco seco de moscatel: Casta Diva Cosecha Dorada 2.008, que en vista se presentó limpio y brillante, con un color amarillo pajizo con destellos alimonados, denotando juventud y mucha viveza. Tenía una nariz muy intensa y característica de la Moscatel, con cítricos y herbáceos entremezclados con aromas de flores casi marchitas (rosa y azucena).En boca tiene una entrada seca y muy fresca, con un leve despunte de acidez. El paso de boca es lineal y ligeramente glicérico, dando paso a un centro de boca donde se produce una peculiar explosión floral en la que la tipicidad de la casta protagonista se despliega en todo su esplendor, aportando una nota amargosa que contrarresta una acidez quizá algo subida que comenzaba a lastimar la mucosa. El posgusto es muy largo, por no decir eterno, dejando en el paladar un agradable recuerdo de hollejo fresco y aromático, donde el acervo se combina perfectamente con el acídulo para dar una sensación de frescor y limpieza en boca, que lo convierte en un vino ideal para armonizar con marisco de concha crudo o al vapor, donde no se haya abusado del laurel.



Tuvimos la oportunidad de probar la nueva añada en el depósito sobre lías, comprobando como bajo un primer y lógico fondo de sulfuroso y enmascarado por una acidez que recordaba directamente al zumo de limón, aparecía la criatura que una vez pulida y clarificada se convertirá en una de las mejores añadas de este vino, porque ya se vislumbraba finamente cubierto por un manto de flores blancas y frutas cítricas. Sin duda será una muy buena añada.



Comenzamos la tanda de tintos con el Príncipe de Salinas 2.006, que en vista se presentaba con un color rojo guinda muy cubierto, con ribete cereza , estrecho y algo diluido, dando idea de mucha extracción y una cierta evolución. El aspecto se presenta algo opalescente y apagado de brillo, debido a la poca o nula filtración característica de la casa. La nariz es limpia y muy intensa con un claro predominio de balsámicos (eucalipto y mucho mentol), envueltos en cacaos y tofes, bajo los que aparecen ciertos matices de vainillas y especias propias de una excelente crianza. En boca la entrada es algo amable y no demasiado viva, con un paso de boca ampuloso y envolvente, muy aterciopelado y para nada tánico. Presenta un centro de boca muy equilibrado donde vuelven las frutas rojas maduras y la mata de tomate tan característica de la variedad cuando se elabora respetuosamente. La madera aporta sus sabores especiados sin que los tostados molesten ni se impongan en ningún momento. Perfecto equilibrio entre fruta, madera y alcohol, sólo roto por una acidez levemente desvaída. Posgusto de persistencia media, muy de fruta pasificada, casi en sazón, con cierta sensación terrosa aportada por unos taninos muy domados. En conclusión un digno representante de los monastreles de cepa vieja y gama alta, muy capaz ante una buena pieza de buey e incluso ante un guiso de carne de lidia o de caza, con bastante potencia y sabor. Con este vino también tuvimos la ocasión de hacer unas pruebas de barrica con la actual añada, en concreto con una barrica de Europa del este (Hungría) en la que la maloláctica todavía no había comenzado y otra francesa donde ya se notaba la diferencia aportada tanto por el láctico como por las características del tostado del roble. Hubo consenso en que la añada se prevé excelente, habiendo incluso quien prefirió el vino de la barrica con sus málicos por domar.



Pasamos al Rojo y Negro 2.006 en su excelente línea, con una sanísima garnacha hábilmente sazonada con un toque de merlot, monastrell y syrah para que se crie y envejezca dignamente en maderas de tres características distintas (francesa, americana y centroeuropea). Tras éste pasamos a un Viña Ulises 2005, donde la monastrell se combina a partes iguales con la garnacha, en un ten con ten de lo más ingenioso, con un buqué y un carácter en boca aportado ya por una larga crianza en botella, que llamó positivamente la atención de los presentes. Una perfecta combinación entre la herbalidad silvestre de la garnacha y la recia madurez de la monastrell, aderezada con una correctísima madera francesa.



 Finalizados los vinos secos, entramos en los dominios de los tintos dulces, comenzando con un Casta Diva Recóndita Armonía, donde nos enfrentamos a otra lección de maestría en el obrar y del adecuado uso de una muy buena materia prima, a la hora de crear un tinto dulce de monastrell, syrah y cabernet sauvignon donde, a diferencia de otros, la aceituna negra y el alpechín ni siquiera se insinúan, ofreciendo un festival de fruta sana, dátiles y arropes, perfectamente conjugados con una acidez en su justa medida y un amargor tónico que lo hace un vino ideal para un postre de chocolate o una tarta de crema tostada y frutas del bosque. Fue un digno preámbulo a los dos fondillones que le siguieron en la cata. Comenzamos con un Fondillón del 2.000 que en vista se presentó rojo Picota muy subido y cubierto, más bien impenetrable, con ribete cárdeno, estrecho y muy marcado. Lágrima espesa y coloreada que eterniza su caída. La nariz limpia y algo alcohólica, muy intensa y repleta de frutas rojas maduras en licor sin llegar a la pasificación. Ni rastro de especias ni de maderas ajerezadas. Un leve aroma de almendra dulce aporta algo de complejidad a la nariz. En boca presenta una entrada amable y sostenida por una acidez viva y joven. El paso es glicérico por no decir oleoso, explotando literalmente en el centro de boca, donde se aprecia (para alguno de los asistentes por vez primera) lo que la monastrell puede llegar a dar de sí antes de que la madera la transforme en un vino emérito, como ya es el caso del siguiente en cata, un Fondillón del 1.987, en el que a simple vista ya se aprecia una cierta evolución en color y una mínima pérdida de capa, estando no obstante a años luz del aspecto desvaído que presentan sus homónimos de tierra adentro. En nariz ya aparece un buqué muy fino y equilibrado, careciendo de cueros y maderas “olorosas”, donde la fruta ya se ha compotado y pasificado, no encontrándose esa nota alcohólica que presentaba su hermano menor. La boca es golosa sin exceso en su entrada, viva y ácida en su medida, sedosa y aterciopelada en su amplio paso, dando un cierto peso en la lengua, que queda algo rasposa por la sobreextracción combinada con la madera. En el centro de boca se destapa un vino naturalmente dulce como manda el reglamento, donde no despunta el alcohol pese a estar presente, combinándose perfectamente una fruta dulce y muy perfumada con un cedro de lo más limpio y sano, sacando a su vez notas de cacao y tabaco tostado. El posgusto creo que aún sigue en nuestra boca dos días después, evolucionando y cambiando de cacaos a torrefactos, de pasas a mermeladas y de maderas a tabacos en un celestial carrusel para los sentidos que nos dejó perplejos y maravillados.

Por si nuestras papilas gustativas no hubieran gozado lo suficiente, D. Felipe comenzó con la cata de blancos dulces de moscatel, donde comenzamos con un blanco experimental que, caso de resultar y controlar las posibles refermentaciones, pasará a ser probablemente el método de elaboración de alguno de sus vinos más conocidos. Se trataba de un vino donde la fermentación se ha parado al alcanzar los 10º de alcohol, con lo que la acidez y el alcohol no enmascaran en ningún momento las características y la tipicidad de la casta reina de la Marina Alta. Continuamos nuestra cata con un La Diva del 2.008, donde el color amarillo dorado y la lágrima gruesa da lugar a unas notas en nariz donde la manzana asada y el agua de rosas se complementan a la perfección con los aromas de vainillas y hierbas aromáticas tipo salvia y ajedrea. En boca, tras un comienzo goloso pero no empalagoso gracias a su contenido ácido y un paso sedoso y acariciador, aparece y sorprende una gama de sabores totalmente típicos del sotobosque mediterráneo, donde estaban presentes y perfectamente identificables notas de tomillo, brezo y pebrella, que se complementan maravillosamente con los toques de compota de manzana ácida.
Como colofón catamos un Casta Diva Reserva Real del 2.002, magistralmente refrescado por D. Felipe para que las maderas no pesen demasiado en el conjunto. En vista se presenta ya goloso, con un intenso color ámbar muy limpio y brillante. Nariz embriagadora donde se entremezclan magistralmente aromas de frutos secos y madera de cedro muy sutil, dando paso en boca a un néctar espeso y acariciador, con una acidez sana y perfectamente mantenida que se transforma en el centro en un fabuloso mazapán envuelto por láminas de fina madera. El posgusto en este vino vuelve a ser eterno y desconcertante por su complejidad de aromas y recuerdos. Sin lugar a dudas una obra de arte, digna de un banquete real (algo tendrá el agua cuando la bendicen, aunque en este caso no fuera agua sino vino).













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