En el municipio Valenciano de Moixent , ya dentro de la comarca dels Alforins y más concretamente en el paraje de Les Alcusses, se enclava esta bodega que pese a su reducido tamaño y la juventud del viñedo que gestiona, está dando mucho que hablar en cuanto a la calidad de sus vinos y al carácter perfeccionista de sus responsables. El enólogo jefe, Pablo Calatayud, pertenece al grupo de los “tres tenores del vino valenciano”, sobrenombre con que se conoce a la terna formada por éste, Pepe Mendoza y Toni Sarrió, verdaderos enamorados de la viticultura y del terruño, que se han erigido por derecho propio en punta de lanza del sector vinatero en cuanto a innovación y a su vez recuperación de métodos tradicionales. También se basan ampliamente en las teorías de la agricultura biodinámica para imprimirle calidad y personalidad a sus vinos “de pago”.
La bodega, de reciente fundación (su primer vino salió al mercado en el 2.000), está diseminada por distintas propiedades y fincas, a la espera de que soplen mejores vientos y se reunifique todo en un solo complejo alrededor de la “Bodega Fonda”, último hallazgo de Pablo, en el que también participa activamente su padre Don Paco Calatayud. Están recuperando y poniendo nuevamente en funcionamiento una antigua bodega subterránea del siglo XVII, compuesta por más de 40 tinajas de barro soterradas, donde se están llevando a cabo experiencias con la maduración del vino en barro, como sustitutivo de la barrica.
Resaltar que basado en esta experiencia, ya han sacado al mercado un vino blanco que ha pasado por las tinajas: el Cullerot. También se está comprobando el nivel de intercambio de oxígeno (aunque leve, existe microoxigenación) y los resultados que ofrece el hecho de fermentar y criar el vino tinto en las tinajas. La filosofía que guía esta experiencia es bonita y no está exenta de una lógica tan sencilla como aplastante: Se trabaja mucho y muy duro en la viña para obtener un vino que ofrezca sus mejores características aromáticas y organolépticas. No se está por la labor de enmascararlas con los tostados y las transferencias sápidas y aromáticas que aporta la barrica al resultado final.
Esta teoría pretende romper la costumbre que se impuso hace algo más de un siglo, cuando en la Rioja se establecieron los métodos de los bodegueros franceses debido a la aparición de la filoxera en el país vecino. Es de justicia recordar que antes de esto, durante milenios se ha curado y conservado el vino español en recipientes de barro, ya sean tinajas de fermentación y crianza o ánforas de transporte. La idea choca de lleno con el paladar y la nariz que todo consumidor actual de vino tiene en sus registros. El tiempo dirá si se trata de un capricho localizado y pasajero o del renacimiento de una nueva era vinícola.
De entre las variedades que se cultivan en el Celler del Roure, llama la atención una casta desconocida que gracias a los Calatayud vuelve a tener su oportunidad, reentrando en el mundo de los vivos por la puerta grande: hablamos de la variedad Mandó, que forma parte mayoritaria del coupage de su famoso Maduresa.
Se arrendó una pequeña finca con la variedad mandó y se comenzó a clonar hasta conseguir tener en sus tierras unas 20.000 cepas que, perfectamente trabajadas, no presentan los inconvenientes principales que la abocaron a su desaparición: Por un lado la mandó se desgrana al vendimiarla, cayendo al suelo casi la mitad de la uva, con la pérdida de fruta y dinero que esto supone. Por otro lado presenta un racimo muy compacto y apretado, que ocasiona una maduración desigual de las uvas del interior con respecto a las expuestas al sol y al calor del exterior.
Estos dos inconvenientes ya no se dan en la “nueva” mandó: Se controla casi al segundo el día y la hora a la que se debe vendimiar, evitando así que se desgrane (se ha rebajado el porcentaje de uva perdida a un 5%) y se ha descargado el racimo de granos, deshojando parcialmente la planta en el momento de la floración, con lo que la uva está más suelta y puede madurar de forma homogénea. Como dicen en la bodega, esta variedad es su buque insignia y su elemento diferenciador con respecto al resto del mercado. Gracias a ellos se ha recuperado una casta condenada al olvido y a la desaparición. El año pasado la D.O. Valencia la incluyó en su reglamento como variedad autorizada.
Al recorrer la bodega se observa una división física total entre sus dos vinos tintos: Les Alcusses y el Maduresa. Cada cual se vinifica en una zona distinta, no compartiendo ni siquiera mesa de selección o tipo de depósito. Les Alcusses se elabora algo más “mecanizado” que el Maduresa, donde el control personal y el toque casi artesano es patente desde que la uva llega del campo.
La vendimia de las parcelas se hace en tres “triajes” consecutivos con una semana de intervalo entre uno y otro: se hacen tres pasadas, en las que sólo se recoge la uva que está realmente madura en ese momento. Esto es un lujo que por supuesto repercute en el precio del vino, pero que el amante de las cosas bien hechas está dispuesto a asumir. La uva pasa 24 horas en cámara de frío para después comenzar a ser vinificada. Destacar que las plantas destinadas a Les Alcusses producen de media unos 3 kilos de uva por cepa, algo ridículo hablando de cepas nuevas, lo que indica la tendencia elitista de la bodega. Esta tendencia se extrema en el caso de la uva destinada al Maduresa, donde el rendimiento es de 1,5 kilos por cepa. Tampoco se prensa la pasta todo lo que se pudiera, para aumentar así la calidad, con lo que de cada kilo de uva no consiguen siquiera el suficiente líquido para llenar una botella de tres cuartos. Sobran las palabras.
Como curiosidad, se pudo ver en la sala de catas un tercer vino tinto que sale al mercado este mismo mes de diciembre: el “Setze Gallets”, que hace referencia a las antiguas monedas de céntimo (de cuando había pesetas, claro) y que traducido al castellano viene a ser una forma coloquial de decir que alguien no tiene ni una perra gorda. Es un vino que se mueve en una gama distinta de la de los otros, que sale en una presentación “original” dentro de un brick de 75 cl., siendo un pack indivisible de 4 bricks, con un diseño muy actual y minimalista (muy Ikea todo él). Saldrá al mercado a un precio de “setze” (16) euros el pack y será una forma innovadora de comprar el vino en las grandes superficies. Un vino que para nada se quiere asimilar a los otros que poseen y que de esta manera tan gráfica ha quedado diferenciado desde su concepción, aprovechando además la gran cantidad de uva de cepas nuevas que tiene la propiedad y que no puede ni debe ir (en mi opinión) a sus marcas fuertes. Esperaremos resultados, pero le auguramos tan buena cuota de mercado en el extranjero, como “pinchazo” en nuestro país, si de verdad pretenden vender cuatro cartones de vino a 16 euros. Supongo que todo estará más que estudiado.
Para terminar quiero hacer mención a la personalidad arrolladora de Don Paco Calatayud, quien tuvo la paciencia de resistir el atraco de nuestra visita “sorpresa” con una infinita paciencia y que dejó patente su amor por el vino y el proyecto que comparte con su hijo. Durante más de tres horas nos obsequió con muestras de sus conocimientos en enología y viticultura (aunque él lo niegue con modestia) y se convirtió en un cicerón de lujo que nos adentró en la forma de ver el vino que tiene esta familia y que pretenden transmitir en cada botella que sale de allí. Doy fe de que lo logró, dándole vigor una vez más a mi, no por manida menos cierta afirmación de que, detrás de un gran vino suele haber grandes personas, con un amor a la naturaleza y una dedicación hacia lo suyo fuera de lo normal. En esta ocasión se volvió a cumplir la premisa.
Como broche, reproduzco literalmente algunas frases de Don Francisco que fui anotando a lo largo de la conversación y que por sí solas ya suponen una lección magistral sobre la vida:
“La única ventaja que tiene hacer las cosas a la manera actual, es que es menos trabajoso y más barato, pero no mejor”.
“Si no lo hacemos mejor, es porque no sabemos. Por ganas no queda”.
“Estamos abiertos al cambio, pero siempre probando que realmente aporta algo y experimentando si en nuestro terruño o en nuestro producto funciona”.
“Sabemos que hay gente que quiere pagar por lo auténtico y queremos que queden satisfechos”.
“Si quieres saber cómo está el vino, no lo desvirtúes con la madera”.
“Si puedes conservar el vino en barro, respetas todo el trabajo del campo y la riqueza de la uva”.
Termino con una frase ganadera, extrapolable a la viña y a la vida en general: “La vaca para ser perfecta debe cumplir todos los requisitos morfológicos, pero además debe tener algo que la distingue del resto y que es muy difícil de encontrar: CARÁCTER LECHERO”. Ellos desde luego, tienen “carácter vinatero”.
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