Artículo publicado en la revista ELSUMILLER.COM del mes de febrero 2.014
En la provincia de Barcelona y
más concretamente en la comarca vinícola del Bages, existen unas construcciones
llamadas Tinas de vinya o cups, que pueblan el paisaje montañoso de la zona desde
el siglo XVI con la finalidad de evitar el engorroso transporte de la uva desde
las escarpadas zonas de viñedo hasta las casas de los campesinos. Se procedía a
pisar la uva y fermentar el mosto a pie de viña en unos originales lagares que,
con el tiempo quedaron abandonados y olvidados. Hoy gracias a la nueva
corriente naturalista y biodinámica que sacude nuestra enología, están siendo
redescubiertos y rehabilitados para disfrutar de una nueva vida.
Si bien hay tinas de más de trescientos
años de antigüedad, la verdadera expansión de estas instalaciones se produce a
finales del siglo XIX y principios del XX, coincidiendo con la aparición de la
filoxera en Francia; es tal la demanda de vino en el país vecino, que se
provoca la tala de bosque y plantación masiva de viñas en el Bages. El aumento
de producción deja pequeñas las bodegas de la zona, por lo que se retoma la
vieja idea de vinificar en el mismo viñedo y se construyen cientos de Tinas por
toda la orografía de la comarca. El paso del tiempo las relegó al olvido y
abandono, con la consiguiente pérdida de un importante patrimonio etnográfico,
cultural e histórico.
Gracias a la diputación de
Barcelona en 2.010 y a una bodega (Abadal) en 2.013, se han recuperado y puesto
en funcionamiento nuevamente varias tinas y se ha vuelto a vinificar en una de
ellas. El resultado ya se verá, pero el mérito de la iniciativa se lo reconozco
desde ya.
Una tina viene a ser un depósito
cilíndrico de piedra, de unos 10.500 litros de capacidad, construido junto a la
pared natural de un desnivel para aprovechar la gravedad en el proceso. Está forrado
en su parte inferior por placas de cerámica para impermeabilizarlo y cubierto
por una caseta de piedra seca (unidas sin argamasa) que protege la instalación
soterrada. Suelen disponerse en grupos de varias tinas con pequeñas
construcciones de piedra aledañas, donde se llevaban a cabo las labores auxiliares.
Dentro del depósito, a media
altura se disponía un piso de tablas o brescat donde se pisaba la uva de manera
que el mosto caía al depósito filtrándose entre las tablas y fermentando. Una
vez acabado el proceso, el vino se sacaba a través de una piedra horadada o boixa
dispuesta en la parte inferior y se trasportaba a lomo de caballerías hasta la
población más cercana, ahorrando así tiempo y recursos en el proceso.
Aplaudo la iniciativa y espero
que cunda el ejemplo entre las instituciones y bodegas de la zona, recuperando más
tinas para preservar estas joyas de la arquitectura enológica y crear un nuevo
atractivo que atraiga al turismo enológico, tan en boga a día de hoy, que dicho
sea de paso, mantiene a flote la economía de más de una bodega.
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